sábado, 24 de abril de 2010

En una tierra lejana; HACIENDO DE PELUQUERA (9)

Llevaba muy poco tiempo viviendo en aquella tierra lejana y tenía que buscar la manera de adaptarme al nuevo sistema de vida que el destino había colocado en mi camino. "Todo se puede lograr". Me dije. Y más aún, después de haberme convencido que sí podía hacer algunos ahorros por mi trabajo diurno y nocturno, quedándome a vivir allí por algún tiempo. Debía hacerle frente a todo, mirando los puntos positivos y dándole una sonrisa a cualquier inconveniente. Era un lugar acogedor, pero tenía sus carencias, me refiero sobre todo a la ausencia de comunicación, toda vez que considero que ella es la madre del crecimiento y desarrollo de los pueblos. No había teléfono, ni televisión. No se conocía las computadoras. No llegaba la prensa. En ese sentido me sentía un fantasma, pero pronto me adaptaría, confiaba en ello. "Tenía a mis hijas a mi lado, ¿qué me podría importar lo que suceda allá afuera?". Me repetía. Adoptando ese pensamiento era una maravillosa manera de evadir la realidad. Tenía que sonreir.

Mi hermano era muy bromista, reía a cada momento, le encontraba la parte alegre a cualquier cosa. Recuerdo una tarde, a nuestro vecino ambateño comunicarnos que iría al peluquero a hacerse un corte de pelo. A mi hermano se le ocurre decirle que yo cortaba cabello, que era una muy buena peluquera. Le dijo que se dejara cortar por mí. El mismo corrió y consiguió un peine y unas tijeras, al instante. Mi cuñada bailaba el mismo son que él y los dos terminaron por convencer a la pareja de que yo era una excelente peluquera. Yo acepté, ¿Por qué lo hice? No sé, quizás sólo también quería seguirles la corriente, divertirme un poco. Bien, no había marcha atrás, ya me había embarcado en esa canoa y tenía que empezar a remar. Subimos a la otra planta, su esposa quedó abajo. Ya tenía al señor sentado delante mío con la toallita alrededor de su cuello. Respiré hondo y empecé a cortar, no niego que algún mínimo indicio tenía de cómo cortar cabello pero, absolutamente, nada profesional. Rogaba a Dios que sucediera un milagro. No entiendo como mi familia tuvo tanta fuerza de voluntad para contenerse la risa. Sabía que se echaban bromas pesadas entre ellos, pero, advertí que se llevaban muy bien.

El señor decía: "Pásame un espejo, por favor". Mi hermano le decía, No hombre, no hace falta, ¿no confías en mi hermana?. Y ni te lo toques. Va a ser una grande sorpresa, Mi hermana lleva años trabajando como peluquera. "Ay que pena" Me dije y ya estaba arrepentida, el señor confiaba en mí. Claro. Su amigo le podía defraudar, pero yo nó. Y cómo era posible que yo lo estuviera engañando tanto. "Córtale un poquito más. A él le gusta altito" Me decía mi hermano. "Cierto es, me gusta el cabello bien rebajadito". Decía el pobre. En la intimidad de mi pensamiento travieso yo decía "Claro, bien rebajadito, pero bien cortadito".

"Ya es suficiente, el corte ha terminado, ahora sí, mírate en el espejo". Dijo mi hermano. Y el señor se miró en el espejo, y gritó: "Pero ¿qué es esto? ¿Qué han hecho con mi cabeza?. Los dos se reían a carcajadas. Habían estado guardándose todas las ganas de reirse para el final. El señor se enfureció tanto, y dijo que esta broma la pagaría mi hermano. Yo de paso intentaba disculparme. Estaba tan avergonzada que no sabía ni qué decir. Era evidente que él se enfureció con el echador de la broma, nó conmigo.

En aquel pueblo sólo había luz eléctrica hasta las once de la noche, luego se usaban velas. Estaba muy oscuro, mi hermano estaba a punto de bajar la escalera para ir al baño, que quedaba en la planta baja. Iba hablando y haciendo ruidos, con una toalla y cargando una vela, pero se regresa, porque algo se olvidó y yo aprovecho para ganarle el baño y bajo en silencio y apresurada y de debajo de las escaleras de repente, en medio de la oscuridad, me sale al paso un fantasma cubierto con una sábana blanca, haciendo horribles gemidos. Se me atraviesa ya casi al final de la escalera. Yo me espanto horriblemente y pego unos gritos horrendos que bajé con tropiezos los últimos peldaños. Y caí al final, toda retorcida y envuelta en el pánico. Entonces, mi fantasma se quitó la sábana: Era el señor a quien le había trasquilado el cabello el día anterior. El quería vengarse de mi hermano. Se lamentaba tanto por lo sucedido. No esperaba que yo al mismo tiempo estuviese bajando las escaleras. El señor y su esposa lo habían estado vigilando, pero no sospecharon que él se había regresado a traer el jabón y que yo me había adelantado. Yo la pagué bien pagada. Ahora todos se estaban riendo de mí y yo estaba llorando y aun no salía de mi momento de shock. Me lo merecía.

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