Al día siguiente de mi llegada a la bella tierra lejana, luego de desayunar, mi cuñada me condujo hacia el colegio donde iba a trabajar. Mi familia vivía en la parte más céntrica del pueblo. Salimos de casa y caminamos por una calle larga descendiente y yo muy curiosa iba mirando todas las construcciones que estaban a mi paso. La mayoría eran casas blancas y de concreto, las más altas llegaban hasta un segundo piso que eran unas cuantas. Habían algunas tiendas y negocios de ropa, de calzado, algunas quincallas y restaurantes. Vi también un hotel y el Banco. Caminamos como unas ocho cuadras más o menos y pude ver desde allí la pista de aterrizaje, mis ojos alcanzaron a ver sólo un avión. Mi cuñada me dijo que ese era el único que había, que en la semana hacía uno o dos viajes hacia el aeropuerto de la ciudad capital de la Provincia, que era donde yo había esperado en vano días anteriores.
A mi costado observé una capilla de color blanco con azul claro, caminamos un poco más y giramos hacia la derecha y seguimos nuestra marcha por una carretera ancha, fueron unas dos cuadras, talvez. Allí a mano izquierda se hallaba el colegio y al frente, o sea al otro costado de la carretera había un grande hospital. Su apariencia lucía muy moderna y elegante. "Ya habrá tiempo después para conocer su interior". Me dije.
Ingresamos al colegio y fuimos caminando por su patio que era muy espacioso. La edificación del plantel educativo mostraba un diseño muy moderno. Seguidamente, llegamos a la oficina de Secretaría. Esta era muy acogedora y estaba adornada con plantas. Alumnos y maestros estaban de vacaciones, pero esta oficina y la del Rectorado laboraban con normalidad. La secretaria fue muy cortés, lo cual me causó una buena impresión, luego ella nos condujo hacia el Rectorado. Allí me presentaron a mi rector para formalizar los documentos de mi nombramiento como Psicóloga-Orientadora. Estreché su mano y me senté frente a su escritorio. Ellas se retiraron y me dejaron sola con él. El era un hombre joven, muy apuesto y educado; vestía pantalón marrón oscuro, una camisa blanca manga larga con corbata. Lucía elegante, pero lo primero que me impresionó de él fueron sus hermosos ojos. Mientras hablábamos sobre el trabajo que a mí me concernía, pude verlos detenidamente y me sentía perturbada cada vez que me miraban. Eran unos ojos grandes y dormidos de color verde con unas pestañas gigantes, sus cejas eran muy negras y espesas, su cabello también negro pero ligeramente ondulado. Su piel era blanca, pero se veía algo bronceada. Ella compaginaba a la perfección con sus bellos ojos verdes.
Hacía mucho tiempo que no me había fijado en un hombre, ya hasta me había olvidado de cómo actuar frente a uno elegante y atractivo como éste que tenía aquí frente a mí. Me impresionó. Siempre me había imaginado que los rectores eran hombres mayores y gordos, no como éste que talvez ni llegaba a los treinta y de contextura más bien, atlética.
El señor de los ojos bonitos me aseguró con su mirada que mi estancia allí en ese pueblo iba a darle un giro emocionante a mi vida. Firmé mi contrato en medio de la torpeza de mis dedos y seguidamente, él volvió a estrechar mi mano para despedirse. Procuré mantener el control de la situación. Pero en ese apretón de manos percibí que, de manera súbita, se había creado un vínculo de atracción entre los dos. Esas cosas se sienten, porque tu corazón comienza a palpitar aceleradamente, unidas a las miradas. Fue un hechizo mágico que me encantó.
Sólo estuve allí en el pueblo un par de días, y por fortuna, mi regreso lo hice en avión, toda vez que éste hacía su vuelo semanal; era pequeño, en él no cabían más de treinta personas. Esta vez estaban ocupados todos los asientos y mi viaje de retorno fue realmente confortable.
jueves, 15 de abril de 2010
En una tierra lejana: EL SEÑOR DE LOS OJOS BONITOS (6)
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