lunes, 18 de abril de 2011

LA CHICA DE LAS CEJAS JUNTAS.

En la vida nos suceden cosas maravillosas, sorprendentes. No podemos quejarnos. Surgió así de repente como un chasquido de dedos: Apareció en mi mano un boleto de avión para México. Oh Jorge Negrete, al fin iba a conocer tu México, lindo y querido. Estaba feliz, al fin se iba a realizar mi sueño de visitar este grandioso país, claro mi viaje sería por pocos días pero estaba empeñada en disfrutarlo al máximo, junto a mi hija que estaba radicada allá desde hacía un año ejerciendo una Maestría en el COL-MEX, y claro es, que debe conocerlo más o menos, sobre todo, la ciudad capital(D.F).
Empecé a empacar una maleta y rumbo al aeropuerto. Mi viaje fue excelente y cuando llegué lo primero que vi fue la hermosa sonrisa de mi hija. Nos abrazamos fuertemente. Fue una bienvenida muy emotiva. Llegué en horas tempranas de un día sábado. La mañana estaba radiante y fresca. Mi hija me dijo: Mami he preparado un itinerario para que usted aproveche el más mínimo tiempo en conocer esta bella ciudad. Empezaremos por La Casa Azul, me dijo. !Qué emoción! Conocer la casa donde vivió Frida Kahlo era algo increíble para mí. Admiro tanto a esa mujer por su fuerza, su inteligencia y su valentía.
A los minutos siguientes, estuvimos en Coyoacán. Nos quedamos a unas cuantas cuadras antes de llegar a nuestro objetivo y fuimos admirando las bellas construcciones coloniales que se encuentran en ese sector. Mi hija también, era la primera vez que venía por aquí. Y llegamos a la CASA AZUL. Compramos nuestras entradas y ya estábamos dentro, apreciando sus hermosas pinturas. Ya antes las había visto por Internet, pero tenerlas frente a mí me emocionó grandemente. Mis ojos se deleitaban con los trazos y líneas sutiles y colores fuertes de la pintora surrealista: Frida. No lo podía creer.
Seguía caminando. No me permitieron tomar fotos. Por eso quería grabarme en mi cabeza todo lo que podían mis ojos ver. De pronto llegamos a una pequeña habitación donde estaba una camita angosta. Era suya. Tenía un precioso cobertor de color blanco tejido a mano. En la pared había una repisa donde se hallaban libros de autores como Marx, Engels y otros autores y en el techo había un grande espejo. Seguí mi mirada y de repente mis ojos llegan hacia una esquina y me quedé pasmada al mirar en ese rincón unas muletas, un corsé, un sujetador de pierna y zapato ortopédicos. No pude evitarlo, fue algo así como un corrientazo de sensibilidad sacudiéndome y me hiciera recordar toda su tragedia, su vida llena de sufrimiento, luego de que el tranvía arrollara el autobús en que viajaba. Me hizo automáticamente recordar a mi hija, cuando ella también sufrió por un problema en su pierna que la mantuvo casi un año en cama, y pasó a usar muletas, silla de ruedas y bastón. Casualmente durante su enfermedad fue cuando más nos adentramos a conocer la historia de esta gran mujer: Frida Kahlo. Recuerdo muy bien a mi hija cuando me dijo "Mami, si Frida sufrió tanto después de aquella horrible tragedia, yo no puedo quejarme mucho". También admiré a mi hija por su valentía. Entonces empecé a querer a Frida. De alguna manera relaciono a estas dos mujeres, mi hija y Frida, las dos son bellas e inteligentes y las dos han sufrido mucho. Cada vez que pienso en Frida, pienso en mi hija y me sucede al revés. Eso sólo yo lo puedo sentir porque soy madre y sufrí junto a mi hija. Ahora ella estaba a mi lado y también sabía que estaba impresionada al ver todos los implementos médicos que acompañaron a Frida, en su enfermedad, incluyendo sus variados corsés ortopédicos.Me quedé maravillada con la Casa Azul. Me tomé muchas fotos, en cada rincón de sus bellos jardines. No queríamos salir de allí. Realmente me enterneció conocer esta extraordinaria casa, donde vivió Frida con su esposo, también prestigioso muralista Diego Rivera, estoy segura que algún día volveré a visitar la Casa Azul, donde vivió la chica de las cejas juntas. Quién la conoce nunca la olvida y quiere visitarla otra vez.