domingo, 5 de diciembre de 2010

UNA VERDADERA AMISTAD


Grandes amistades han quedado en el pasado, a medida que vamos caminando en la vida, sobre todo, si tomamos caminos diferentes. Afortunados aquellos que tienen cerca a verdaderos amigos o amigas, que desde siempre han caminado apoyándose, dándose la mano cuando uno de ellos ha caído. Esas son grandes y verdaderas amistades. Pero, personas valiosas como esas han quedado atrás, en otras ciudades, en otros pueblos, en otros países, muy distantes de nosotros. Si conservas una fotografía y la tienes por ahí guardada y de repente llega a tus manos, mientras buscabas otra cosa, o simplemente revisas fotos del pasado y ves allí una donde está tu amiga o amigo de hace muchos años, entonces viene a tu memoria parte de la historia vivida con esa persona y tus ojos enjugan una lágrima al evocar esta grande amistad, recuerdas lo que ella hizo por tí en algún momento especial de tu vida por lo que tú aprendiste a valorarla, y le diste el valor real que merece una grande y verdadera amistad.

Me sucede que cuando en algún momento refiero el tema de las verdaderas amistades, viene a mi memoria una imagen, la de una gran amiga, porque uno cree tener muchos amigos o amigas, pero realmente quien recibe esa nominación de grandeza, es una persona que hizo algo grande por tí y que te ha demostrado una amistad verdadera.

Era mi amiga, su nombre Perla. A menudo charlábamos del trabajo, de los enamorados, de cine, de lo que sea. Ella estaba soltera, teníamos treinta las dos. Yo ya tuve mi fracaso matrimonial-Lo siento, eso no viene al caso-. Tenía mis dos hijas pequeñas. Vivía en un pequeño apartamento de una pequeña ciudad. Ella vivía a unas seis cuadras de allí, con sus padres. A veces iba a casa, a platicar, o cuando pasaba por allí, entraba a saludar a mis niñas, era muy cariñosa. Yo iba a su casa. Su familia era gente maravillosa. Su padre Don Eloy Piedra, así se llamaba, era un periodista reconocido aunque nunca fue bien remunerado, pero tenía una pasión por el periodismo y una formación increible en la rama, y poseía una grandeza como persona y ser humano, admirable. Su madre era una señora muy dulce. No los he visto hace muchos años.

Recuerdo una vez enfermé. A veces nos enfermamos de tonterías, pero que luego se vuelven graves, y nos imposibilitan caminar o trabajar. Mi caso era el siguiente: En el pie me salió un grano, tan sencillo como eso, no sé de dónde, ni cómo, pero se me infectó. Fui al médico y me recetó algo, me curó. Se había formado un pequeño absceso. Me iba otra vez al médico, me curaba y yo seguía trabajando, caminaba mucho y el dolor aumentaba. Iba otra vez al médico: "No sé que tienes allí que te duele, yo ya no veo nada" Me decía. Aparentemente ya no se veía nada, en realidad, parecía que no hubiese absceso. Caminaba, pero con dolor, cojeando. En aquella época se usaba mucho la media nylon para trabajar, cuando me sacaba la media, sufría porque había un líquido casi transparente que se pegaba en ella y tenía que poner agua oxigenada para despegarlo, ya no podía aguantar eso, el médico no veía nada, tal vez faltó una radiografía o algo así.

Una mañana, fui donde una hermana que vivía cerca de mi apartamento. Ella tenía una amiga que fue enfermera, trabajaba en otra cosa ahora, hacía deliciosos pasteles, era su vecina. Fui donde ella, cojeando y mi hermana me dice: "Dios mío, todavía sigues con eso, creí que ya te habías curado", en verdad, algo así como dos meses nos había visto por última vez. "Si", le dije, "¿Mira podrías llamar a tu amiga enfermera, será que ella podrá ver que es lo que tengo?". Y mi hermana me dijo preocupada, "Claro, ahora mismo la voy a buscar". Y al momento vino trayendo a su amiga. Ella apenas vio el pie, tocó y dijo: "Mira aquí hay un absceso gigante. Hay que expulsarlo". "Oh no, eso me va a doler, ¿no me puedes dar sólo medicina?". Ella dijo: "No, eso hay que sacar, mijita. Y lo voy a hacer".

Era enfermera de aquellas que son buenas y yo confiaba en ella. Llamó a mi cuñado, a mi hermana y les dijo:"Sosténganla de los brazos y tú, muerde algo". Ya sabía lo que me esperaba.

Entonces empezó a trabajar, con un bisturí esterilizado me hizo una pequeña incisión y yo empecé a gritar y a querer soltarme, pero aguanté, no tenía opción y podía sentir en mi pie una humedad gigante. Vi, "Qué horrible, que asco". grité. Ella era una profesional. Yo había tenido "todo eso" dentro de mi pie, no lo podía creer. Me dolía mucho. Me curó. Finalmente, me dio una receta antes de ir a casa. Eloísa, era una excelente enfermera. Actuó mejor que un médico. No me cobró nada. Y me recomendó reposo y cumplir con la receta. Fui a casa muy agradecida.

Mi amiga Perla, fue a casa esa mañana y me vio así, y dijo; "Dame la receta te la voy a comprar", si, le di el dinero y ella fue a conseguirla, luego vino me dio las pastillas y me colocó la inyección. Ella tenía un doctorado en Química y Farmacia y sabía lo que hacía. Todas los días iba a darme la medicina e inyectarme y me traía sopita de pollo caliente preparada por su mamá. Realmente ella me apreciaba, entonces pude ver cuan grande y valiosa amiga había tenido. Entendí que tú no conoces el alcance de una amistad hasta que te llega un momento como ese. Esa faceta dejó una hermosa huella en mi alma. Cada vez que tengo que hablar de una verdadera amistad aparece en mi memoria su nombre PERLA. Su amistad era tan valiosa como su nombre. Tengo una frase del célebre William Shakespeare que mostrarles: "Los amigos que tienes y cuya amistad, ya has puesto a prueba, engánchalos a tu alma con ganchos de acero".