sábado, 31 de julio de 2010

TENGO MIEDO DE OLVIDAR.

A veces siento que me olvido de las cosas. Yo que soy tan cuidadosa, maniática, obsesiva por las precauciones en todo momento y en cada situación. Si estoy en la recámara, miro que el televisor esté bien colocado, que no esté muy al filo de la mesita. Tengo miedo que se caiga y explote. Si estoy en la sala veo que los interruptores, los enchufes estén en su sitio. Si estoy en la cocina reviso siempre las hornillas del gas, que una de ellas no haya quedado abierta por error y cuando vaya a encender otra, entonces haga una explosión y me queme o provoque un incendio. En la calle, antes de cruzarla tengo que esperar que se detengan los carros, pese a estar en rojo, pero eso porque ha sucedido que pese a estar el semáforo en rojo, hay irresponsables que han cruzado y atropellado, siempre recuerdo a un brillante deportista venezolano: Rafael Vidal, medallista olímpico en 1984, quien cruzó normalmente su verde y del lado contrario apareció un carro a toda velocidad y arrastró su vehículo y lo mató. Y he visto otros casos similares.
Cuando mis hijas eran pequeñas les tenía prohibido entrar a la cocina, temía que se cortaran, que se quemaran, le tenía pánico a algún accidente doméstico. Recuerdo cuando mis niñas eran chiquitas, tenían cuatro y tres años, llegué a casa y la más pequeña no estaba, mi madre la había llevado al hospital porque accidentalmente cayó de la hamaca pero en el piso había una pequeña cosita, un cortauñas o algo así, su quijadita cayó allí y se cortó. Fui al hospital y le habían agarrado tres puntos. En otra ocasión, llegué a casa en un taxi y la señora que las cuidaba la tenía sentadita en sus piernas a la niña más grande. La vi llorando. La señora me dice "espere que no se vaya el taxi, tiene que llevar a la niña al hospital". ¿Qué pasó? Le pregunté angustiada y corrí hasta ella. "Es que se cayó en el patio y allí ha habido un vidrio y se cortó su dedito gordo del pie. Sangraba mucho, pero llamamos a su prima y ella rellenó la herida con sulfatiazol molido y se detuvo la hemorragia". Monté a la niña en el taxi y fui al hospital. El médico lavó la herida y se asustó al ver su profundidad y se admiró por qué no había sangrado mucho. El dijo: "Su prima fue inteligente al rellenar la herida con sulfatiazol molido, ello retuvo la hemorragia, de no ser así hubiese derramado muchísima sangre.
Una mañana coloqué a mis dos niñas en la parte trasera del vehículo, ésta era una camioneta abierta, con balde. Creí que ellas irían muy bien allí. Tendrían nueve y ocho años. Era una época de Carnaval. Ellas estaban quietitas atrás, pero contentas, vivía en un pequeño pueblo un poco tranquilo. Pero ¿Qué locura dejar a un par de niñas solas atrás en el balde de una camioneta?. Mi hermano conducía, detuvo el carro para comprar unos globos, luego me subí , ya me había sentado y cerrado la puerta pero las niñas de atrás me gritaban "Queremos los globos". "Dános los globos". Yo dije "Ah, verdad, los globos". Saqué mi brazo para dárselos, pero la más pequeña que estaba más atrás de la otra quiere ganar primero a agarrar la bolsita de los globos y pierde el equilibrio y cae a la calle, al pavimento, de cara, y yo grité como loca y de los nervios no podía abrir la puerta y mi hermano que era quien conducía y había estado a punto de arrancar, se bajó y corrió a levantarla, yo también salí y cargué a la niña adolorida. Coloqué a la otra niña adelante y coloqué a mi pequeña entre mis brazos, pero ella se quejaba un poco. Yo imaginé lo peor. Llegamos al hospital a hacerle todos los exámenes pertinentes. El médico dijo que no había fractura, que sólo era golpe en el pómulo y este se hincharía, pero eso era normal. Ese accidente no tuvo graves consecuencias. Mi hijita tuvo suerte.
Otro día que llegué a casa mi niña se había quemado su brazo con sopa caliente. Pero ¿A quién se le ocurre servir sopa caliente a los niños?. La pequeña se levantó inesperadamente de su silla, mientras la joven que las cuidaba servía la sopa y se le derramó en el bracito. Mi hija tenía unas bombas gigantes. El médico dijo que era una quemadura leve. Por todos estos casos y cientos de accidentes caseros, o en la calle, o donde sea, yo me volví obsesiva en precauciones que a veces siento que caigo mal a las personas. Les digo: al subir y bajar de un bus tengan mucho cuidado. Un sobrino iba camino al colegio, se bajó de un bus rápidamente y cayó. El bus estaba empezando a arrancar, él sacó velozmente sus pies que se hallaban debajo de las llantas y apenas una de ellas le agarró su tobillo y fue llevado al hospital. Conozco de gente que por bajar rápidamente de un bus se ha fracturado. Un día le dije a mi hija mayor cuando estaba en la universidad: "No lleves esos lentes así colocados en la blusa", a veces se los colocaba allí. Le decía: "Un día se te pueden caer en la calle, te vas a lastimar, se te van a perder. Cuida esos lentes". Ella caminaba cerca de la casa y llevaba los lentes colocados en la blusa, ella tropieza en la alcantarilla que tiene rejillas en el piso y sus lentes cayeron dentro. Me acusó a mí.
Bueno el caso es que siendo tan precavida, ahora me estoy olvidando de cosas esenciales. Siento que mi memoria está haciéndome una buena jugada. Entonces pienso que los años golpean , a mis cincuenta ya he entrado a la edad de la menopausia y debe ser por eso que estoy olvidando ciertas cosas. Les comento: Entro a la cocina, prendo la hornilla para parar una olla. Suena el teléfono, voy a atender, sin apagar la hornilla, la dejo encendida, por varios minutos. Luego me entretengo en otra cosa y cuando me doy cuenta dejé la hornilla prendida por muchos minutos. Igual me sucede con el agua, dejo abierta la llave, me olvido cerrarla, yo, que soy una defensora de cuidar el planeta. No sé si eso sea normal. Entro a una habitación por algo importante y no lo recuerdo y me regreso porque se me olvidó a lo que iba. Tengo miedo de un día sentarme a la computadora y no saber qué hacer allí, porque he olvidado mis enormes deseos de leer y escribir. Ni siquiera quiero pensar que puedo olvidar la serie de novelas que tengo escritas a punto de terminar y me da pánico saber que si las olvido jamás podré publicarlas, porque ellas son mi inspiración y solo yo puedo darles un auténtico final. Tengo miedo de mirar la guitarra y no saber como colocar los dedos para tocar una nota o entonar una de mis canciones.Tengo miedo de olvidar el gran deseo que tengo de un día conocer París, de conocer de cerca el Canaima y El Salto Angel, el Machu Picchu, Las Pirámides Aztecas.Tengo miedo de olvidar a mis grandes amigas y amigos, que son muy pocos pero que aprecio. Tengo miedo de olvidar la belleza de este mundo. Las grandes cosas que he visto y las maravillosas enseñanzas que la vida me ha dado. Tengo miedo de olvidar las bellas pinturas de Frida Kahlo y aquellas que mi esposo pinta.Tengo miedo de olvidar la existencia de Dios, de olvidar a mi familia. Tengo miedo de olvidarme a mi misma.

sábado, 17 de julio de 2010

PASEANDO POR LA PLAYA

Cansada de la rutina cotidiana, trabajo, ajetreo, estrés y algo de aburrimiento me hizo decidir ir a la playa con mi familia. Aquí cerca de Caracas hay muchos bellos lugares que visitar, sobre todo tratándose de payas. Estuve en una muy bella. Ustedes dirán. Justamente era el día en que finalizaba el mundial, jugaría España contra Holanda y nadie quería perdérselo, es por eso que fuimos a las siete de la mañana y regresamos antes de las doce. Las playas están muy cerca, a treinta minutos de Caracas. Hay otras mucho más distantes como las playas de Margarita, por ejemplo. Pero yo voy a las que están cerca de mis narices. Esta playa se llama Camburichico y queda en el Estado Vargas. La mañana estaba muy rica.