jueves, 1 de abril de 2010

En una tierra lejana: MI MADRE MI REFUGIO (2)

Llegué a la casa de mi madre con mi bebé. Ella nos recibió con inmenso cariño. Allí estaba viviendo , por ahora, mi hermana mayor, que se había casado con un médico, que fue a ese pueblo a hacer su medicina rural. Ella debía esperar a que su esposo concluya con su tiempo de práctica profesional e irían a radicarse en Guayaquil, lugar donde vivía la familia de su esposo. Tenían una bebé de la misma edad de mi nenita. Mi hermana era maestra de escuela. Ella supo entenderme y todo el transcurso de mi nuevo embarazo lo pasé bien gracias al apoyo de las dos, de ella y de mi madre. También yo tenía una profesión, pero no era momento de ejercerla dado que tenía a la pequeña, y con una barriga grande, pensé que sería difícil. Esperaba que naciera la bebé para buscar trabajo. Mi hermana trabajaba y su nena quedaba a mi cuidado. Ella me retribuía económicamente por esa tarea. También vivía en casa un hermano menor a mí que todavía estaba soltero, era ingeniero agrónomo. El era a todo dar, consentía mucho a mis niñas.

Pasaron los meses y llegó el momento de dar a luz y el miedo comenzó a acosarme. Recuerdo hubo un temblor en la madrugada y talvez de la impresión fue que me vinieron los dolores. La pequeña ciudad quedaba a unos 15 minutos. Hubo mucha preocupación; por poco doy a luz con la ayuda de una tía, de una comadre, de la vecina. Sentí pánico parir sin intervención médica. Para entonces mi hermana ya había partido para Guayaquil con su nueva familia y mi madre los acompañaba por unos días. Mi hermano no estaba en casa. Me sentí angustiada pero una prima consiguió alquilar un carro y logré llegar a tiempo al hospital y todo fue tan rápido. Tuve a mi segunda hija.

Luego de su nacimiento mi familia creyó que debía ir a buscar al padre de las niñas para que las reconociera legalmente. También estaba de acuerdo, porque mis hijas debían tener el apellido de su padre. Iba a intentar buscarlo, aunque había la posibilidad que pudo haberse ido a vivir a otro lugar, o que en ese tiempo hubiese viajado a otra ciudad. ¿Qué se yo?, en fín, decidí que iría con una hermana. Y así fue, viajamos a la ciudad de donde había escapado hace casi diez meses. Sentía algo de recelo, pero nó miedo. En cuanto llegamos fuimos directo a su domicilio. La puerta principal, por lo general, siempre permanecía abierta; entramos y nos dirigimos al apartamentito donde había vivido con él, antes de partir. Golpeé la puerta y me abre una jovencita, y ví que estaba embarazada, tendría unos siete meses, por ahí. Le dije a mi hermana: Mira, este hombre sirve sólo para hacer hijos. La saludamos y preguntamos por él y ella nos dijo que no estaba. Le dijimos que lo esperaríamos. Ella, casi no hablaba. Parecía estar avergonzada por algo. Me acerqué y le dije: No permitas que te maltrate, por favor. Yo lo conozco bien. No permitas que te maltrate. Le repetí.
Ella casi no quería hablar. Mi hermana y yo nos sentamos en los sillones de la pequeña salita y tuve tiempo para recorrer con la mirada los lugares donde tantas veces fui violentada. Se daban en mi mente cruces de imágenes como si se tartara de una película de horror. Vi a la joven y sentí lástima por ella. Cuando huí de allí tenía unos veinticinco años. Esta niña debía tener unos dieciséis.
El llegó, se sorprendió al verme, pero increiblemente sostuvimos una plática normal. El accedió voluntariamente, sin presiones. Cuando salimos dí una última mirada a la jovencita y su barriga. Y me dirigí a él antes de salir y le dije:Trata bien a esta muchacha, no abuses de ella. El no dijo nada.

A los dos días llegó a mi casa , cumplió con lo prometido. Fuimos al Registro Civil y registramos legalmente a las niñas. Yo coloqué los nombres a la primera y él decidió que daría los nombres a la segunda. No estaba de acuerdo que una de ellas llevara mi nombre, pero accedí, no creí que era una razón para discutir. Ese día se mostró como un padre maravilloso. Me agradaba porque si yo no quería saber nada de él como pareja, como padre podía ver a las niñas cuando él quisiera, era un derecho que había que respetar. Mi familia vio con agrado también que anduviera cargando a las pequeñas en sus brazos y jugando con ellas.
Se marchó y sorprendentemente a la semana siguiente llegó a mi casa con frutas para las niñas y a decirme que había alquilado un apartamento en mi pequeña ciudad y que arreglara las cosas que nos íbamos a vivir para allá.

No entendía qué era lo que estaba sucediendo. ¿Es que acaso él creía que todavía estaba con derechos a dominarme? Sí, tenía a mis hijas, que eran suyas, pero yo sabía que él era un hombre violento y sabía el futuro que nos esperaba a las tres. Por otra parte, ¿la jovencita?, ¿su embarazo?. Cuánta irresponsablilidad de su parte. ¿Qué clase de monstruo era éste? me pregunté. Le aclaré que mi decisión fue terminante, no quería unirme otra vez a él. Y en cuanto a lo de la muchachita, me dijo que de eso no me preocupe, que eso ya estaba arreglado. Sí, claro, pensaba abandonarla.
Le repetí que no volvería con él, que trabajaría para las niñas, que él como padre podía visitarlas y económicamente también las podía ayudar, si quería. El me dijo algo y sus palabras las tengo grabadas como la cicatriz en mi brazo derecho por mi vacuna."Si tú no vuelves conmigo, te juro que jamás volveré a ver a las niñas". Le respondí, que ese era un problema de su conciencia. Le repetí un no rotundo. Y se marchó furioso.

Pasaron muchos días y yo empecé a buscar trabajo, pero estaba muy afligida porque vi que él cumplió con su palabra y sentí un hondo dolor por mis hijas. Ese no debía ser el padre de ellas, él no las merecía. Hubiese querido que él las buscara, que les diera cariño. Estaba absolutamente convencida que mi decisión de no volver con él había sido la correcta, él no iba a ser tampoco un buen padre, las había utilizado. Me sentía hundida íntimamente, pero fingía ante mi familia, como si no me importara, en silencio sufría, creo que hubiese querido alejarme de allí, irme de los lugares donde él había estado con mis niñas, amoroso, riendo con ellas. Entendí que ese comportamiento fue fingido. Me dolía mucho.

Por esos días llegó un hermano que trabajaba en una ciudad muy bonita que quedaba a unos ocho horas de distancia. El casi no venía por acá, por su trabajo. Fue tan alentador volverlo a ver a los años. Se enteró de mi situación y se sintió muy afligido por ello. Era muy cariñoso con los niños, cargó a mis hijas y me dijo "Yo te voy a ayudar". Entonces nos platicó que ya no vivía en aquella ciudad. Le habían dado un trabajo como abogado, bien remunerado, en una tierra muy lejana. Había ido a trabajar a una pequeña población que quedaba en el último rincón de la nación, en la zona suroriental. Pero él me platicó que ese lugar era muy acogedor, estaba muy apartado de las grandes ciudades, pero allí no faltaba nada, dijo que había todo lo que había en una ciudad, que él llevó a su esposa e hijos y estaban muy bien. Me dijo que yo trabajaría en mi rama y doblemente, trabajo diurno y nocturno, doble salario como psicóloga orientadora. El no podía estar mintiéndome tanto, sabía que también buscaba mi bien y él de las niñas. Podía mentir en otras cosas, pero en cuanto al trabajo, ví que era sincero. Me dije: "Es abogado y un poco exagerado pero es mi hermano y no estará tratando de hacerme daño". Me emocioné tanto al escucharlo hablar de como es la vida en aquella tierra lejana que se me olvidó por completo mi tristeza interior y no lo pensé ni diez minutos. Le dije con una sonrisa: Si, yo voy, claro que voy.

2 comentarios:

  1. Gracias por tu comentario amigo. "En una tierra lejana" es un pasaje de mi vida, que decidí escribir, pero antes quise hacer una descripción psicológica, rápida, del personaje que iba a vivir esa historia. Espero sigas leyendo esta historia que recién comienza.

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