En la institución educativa donde estaba ya laborando como psicóloga orientadora, en aquel pequeño pueblo lejano, las cosas me iban muy bien. Los maestros y alumnos eran recíprocos conmigo en lo que respecta al afecto que les ofrecí desde mi llegada, pero todo fue mucho más ameno y satisfactorio en eventos acaecidos en días posteriores. Una mañana el rector del plantel nos convocó a una reunión de profesorado, -¿recuerdan a aquel joven simpático y de ojos verdes que me impactó la primera vez que lo vi en su oficina?. Pues, ya había tenido suficiente tiempo para indagar sobre su vida personal. De lo que me enteré, sinceramente, me desilusioné. Bueno, yo por un momento me había imaginado que este muñeco podría ser el príncipe azul que llegaría a mi vida y que nos rescataría a mis niñas y a mí, ya que en esos momentos sentía que estábamos abandonadas. En aquella época creía que un hombre era importante para la crianza de mis hijas, claro, un buen hombre. Ciertamente, yo no me creía capaz de criar sola a mis hijas, sentía miedo. El tenía un pasado tan complejo como el mío. Había tenido una relación con una joven con la que tenía dos hijos, pero desde hacía dos años se había separado y vivía solo. Entonces no era mi príncipe azul. Sinceramente, era muy atractivo y advertí que yo lo era también para él. Una fuerte atracción había nacido entre los dos, pero será solo eso, nada más. Yo ya había colocado una barrera muy sólida, frente a nosotros, si talvez llegásemos a relacionarnos más adelante. Habían niños de por medio y eso para mí era sagrado. Yo jamás hubiese sacado a ese hombre de ese pueblo y llevármelo conmigo para la grande ciudad, donde pensaba educar a mis dos pequeñas hijas. El debía estar junto a sus hijos. Todos decían que él, mi rector, era un padre amoroso.
Retomando el tema de la reunión, ésta se dio y en ella el rector nos expuso que era necesario realizar alguna actividad importante para recoger fondos en miras de realizar un aumento en la infraestructura del plantel. Entonces me vino a la memoria un evento muy agradable que viví durante mi época de estudiante universitaria: una compañera nos invitó a un grupo de amigas a la casa de sus padres un fin de semana y ésta quedaba, más o menos, a unas tres horas de la bella ciudad de Cuenca, donde estudiábamos. El pueblo se llamaba San Fernando. Ella era muy bonita y estaba de candidata a reina de ese lugar y decidimos dar unas serenatas para obtener fondos, recaudamos tanto que ella resultó ganadora. Entonces, de inmediato, levanté mi mano y propuse a los maestros que diéramos unas serenatas. “Visitaríamos hogares de las personas más pudientes de la zona y como la serenata será tan buena nos lanzarán el billete que necesitamos”. Les dije. “Pero, no podríamos porque sólo un profesor es el único que toca guitarra”. Dijeron por ahí. Yo les informé que tenía una guitarra y también podría contribuir tocando y cantando. Todos se quedaron sorprendidos. Todo podían imaginar menos que la psicóloga fuese cantante. Todos aceptaron por unanimidad.
Y salimos alrededor de unas treinta personas a dar nuestras serenatas en la fecha señalada. Fue una noche muy divertida. Cuando se trata de música, parece que surge nuestro otro yo a rescatarnos de la rutina, es igual que transportarnos a otro mundo, y tratándose de nuestra serenata, era como cruzar de lo formal a lo informal: risas exageradas, palabras atrevidas, las que uno no puede decir durante la jornada de trabajo, porque debes cuidar tu lenguaje de educador(a), eres el ejemplo que tus discípulos deben seguir. De vez en cuando bebíamos un sorbo de aguardiente con canela caliente, sabroso, muy sabroso. Con el exquisito sonido de las cuerdas de una guitarra a media noche y cantando baladas de José Luis Perales, como "El amor", "Marinero de Luces", "Si tu te vas", o aquellas bellas canciones de Emilio José como "Nuestra playa", que bien deben recordarla ahora con nostalgia, estoy segura: "La playa se ha dormido en tu silencio, las olas ya no vienen a suspirar, triste se queda el tiempo sin tu presente, tristes suenan las notas de mi cantar", hermosos boleros de Roberto Cantoral, "El reloj", "La barca", pasillos maravillosos de los Hermanos Villamar, Julio Jaramillo… y tan solo, iluminados con la luz de la luna y las luciérnagas que brillaban cerca de nosotros, aquella noche se convirtió en inolvidable. Nadie nunca antes había dado una serenata para adquirir fondos. Y obtuvimos una cantidad que sobrepasaba los límites. De pronto me convertí en la niña mimada del colegio y la atracción entre mi rector y yo aumentó. Sólo esperábamos una mínima oportunidad para acercarnos y curar nuestra ansiedad. Parecía difícil. ¿Cómo mantener una relación sentimental en un pueblo tan pequeño sin que la gente dejara de comentar? Ese sería nuestro gran desafío.
¡wooooow! hermosa historia, pensé que ese efecto de la música solo hacia efecto en mi, cuando tengo una guitarra en mis manos me transformo. No dudo que su guitarra hizo la magia necesaria para que ese rector se enamorara harto más de usted. Me ha gustado este capitulo. Felicidades Ana María.
ResponderEliminarCastci.
Gracias, amigo, tu comentario me alienta a seguir escribiendo mi historia. Un abrazo.
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