Después de haberme enterado aquella mañana de la terrible noticia de que el nombre de mi sobrino estaba en la lista de pasajeros que habían abordado el avión y que ahora estaba desaparecido, ¿qué más podía pensar? “Un avión no puede estar por ahí paseándose por la montaña”. Habían pasado algunos días y no había rastro de el. Es lógico pensar que éste se había accidentado, pero pese a ello uno abriga en alguna esquinita del corazón la esperanza de que hubo sobrevivientes y que mi querido sobrino era uno de ellos.
Al día siguiente salí a la panadería y pasé por el almacén de calzado de la señora mayor, mi vecina, que el día anterior lloraba desconsolada por su esposo, sentada en el corredorcito, creyendo que él había abordado el avión. Más ahora, había abierto su almacén y estaba algo sonriente. Me le acerqué y vi que no lloraba, ella me vio y también se me acercó. Le pregunté:
-¿Qué ha pasado? Ya no está llorando.
-Es que ya he visto la lista de pasajeros y mi esposo no viajó en el avión.
-¡Qué bien! -Le dije.
-¿Y usted? ¿Por qué está triste? Por qué tiene los ojos rojos? Parece que ha llorado mucho.
-Es que me enteré ayer que mi sobrino venía en el avión.
Casi se me parte el corazón cuando dije esto y lloré inevitablemente y ella me abrazó.
Cómo era posible que se hayan invertido los papeles así de pronto de un día para otro. El día anterior, la que lloraba era ella, mientas yo ignoraba que mi sobrino era uno de los pasajeros.
Un poco más tarde me hallaba en el patio recogiendo una ropa del cordel cuando escuché gritos escandalosos de la gente, sobre todo se oían voces de niños diciendo: Está llegando un helicóptero, traen los cadáveres del avión. De pronto igual que si fuese una estampida bajaban las personas por las angostas y largas calles del pueblo hasta llegar a la pista de aterrizaje. Había dejado de hacer lo que estaba haciendo y también me encontraba en medio de la gente, yo no iba por curiosidad como iban los demás, porque tenía mis fuertes razones para estar ahí.
Cuando llegué a la pista de aterrizaje el helicóptero de rescate apenas estaba descendiendo. Luego abrieron las puertas y comenzaron a salir unos militares. Desde afuera se podían ver unas bolsas negras, indudablemente, lo que había dentro debían ser cuerpos. Yo, no sé como sucedió, pero una fuerza sobrehumana, podría llamarlo así, hizo que a toda velocidad subiera por las escaleras del helicóptero y destapara una bolsa con rapidez. Mientras los militares trataban de impedirlo. Mi angustia era saber si allí dentro de una de esas bolsas negras estaba el cuerpo de mi sobrino, pero así con esa velocidad que les digo, abrí la bolsa y mientras ellos me sujetaron pude ver el contenido de ella, que no lo he podido olvidar: Era un hombre sin cabeza, tenía el cuello bañado en sangre. Vi eso y los militares me bajaron y a tiempo porque corrí a vomitar. Aquello fue horrible y desesperante. Ese era un señor grueso. No era mi sobrino.
Luego a los cuatro cuerpos los montaron en un carro de militares y fueron llevados a la morgue del hospital que se hallaba muy cerca. Entonces fui corriendo también para allá. No permitían entrar a nadie, pero una alumna mía, que estudiaba en la sección nocturna, era enfermera, me dejó pasar. Entré y desde un lugar discreto vi como bajaban los cadáveres, y eran colocados en el piso. Fue tan impresionante. Luego los montaban uno a uno en una camilla, sitio donde les daban un tratamiento, me imagino que debió ser el material que usan para evitar la pronta descomposición: el formol. Mi sobrino no era ninguno de ellos. Aguardaba la esperanza de que haya sobrevivido, se habían dado casos y quería pensar que él estaba por ahí, un poquito lastimado, pero vivo y que pronto lo encontraríamos. Mientras no viese su cuerpo con mis propios ojos, no me resignaba a creer que había fallecido.
Luego fui a casa y un poco más tarde sucedió el mismo hecho, los gritos, la estampida, la carrera hacia el hospital. Con mi corazón muerto de angustia, observé los cuatro cadáveres más, tampoco estaba ahí mi sobrino. Mi esperanza seguía creciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario